sábado, 25 de agosto de 2012

La promesa












La vida de Moris era como la de muchos otros, transcurría sin grandes sobresaltos que no iban más allá de no llegar, a veces, a fin de mes con el escaso salario que cobraba en la fábrica de zapatos, en la que hacía treinta y cinco largos años que trabajaba.
     De lunes a sábados era el mismo recorrido, el mismo tren, el mismo banco. De memoria conocía cada dibujo que yacía envejecido, en las baldosas del andén. En el viejo reloj a cuerda, las agujas marcan las seis, pisa con su suela y la mirada su tercer cigarrillo. El eco del tren le dice que un día más comienza. La rutina de su trabajo, dejará seguramente, otra huella en sus curtidas manos.
     El vaivén del tren remueve sus recuerdos, esos que lleva colgados en su piel y que de tanto en tanto, le arrancan una lágrima. El recuerdo de Elisa es muy fuerte, como fuerte es aún su amor por ella. Han pasado diecisiete años de su muerte, diecisiete años que esa maldita enfermedad la arrancó de su lado, tantos años preguntándose, ¿por qué?, tantos años echándole la culpa de vez en cuando, a ella, por no haber cumplido su promesa.
- ¡Me lo prometiste Elisa!... (Se decía para sí), me prometiste amarme por siempre y te fuiste, me dejaste solo en la compañía de tu recuerdo, y ya no sé qué hacer con él.
     La rutina le pasaba por al lado, solo ese goteo constante del recuerdo de su amor lo mantenía vivo. A veces, mirándose las manos sentía que en sus yemas aún yacía la suavidad de esa piel.
     El silbato sonó a las dieciocho, era el final de su jornada y el comienzo de su vuelta a casa. El cigarrillo se hacía cada vez más ácido en su boca, pero él sentía el placer de su compañía mientras esperaba el tren del regreso. Su mirada a menudo se perdía entre los árboles de la estación mientras masticaba el cansancio de sus huesos.
     Por el rabo de sus ojos observo como de la portada del andén se dirigía a su banco esa mujer. Clavó en ella su mirada y en esas treinta baldosas que los separaban, la imagen de Elisa lo inundó. El modo de caminar, sus formas, su pelo alineado, que llegaba al borde de sus hombros, esos labios prolijamente rojos y esos ojos negros como el basalto, que adornaban ese rostro perfecto.
-No puede ser… (Se dijo), ¡es ella..!. Debo estar enloqueciendo.
-Perdón…, buenas tardes… ¿me puedo sentar...?
     Esa voz recorrió cada poro de su cuerpo y sus vellos se erizaron como poniéndose en guardia. Sostuvo el aliento, hasta poder contestar.
-Sí…por supuesto…, siéntese. ¿Viaja…? ...no la he visto nunca por aquí…
     La sonrisa de Elisa parecía haberse adueñado de esa boca.
-Si…, es que soy nueva por estos lugares… ¿y usted…?
-No…yo no… hace treinta y cinco años que hago este recorrido, trabajo en la fábrica de allí enfrente y voy tres estaciones más adelante. ¿Y usted, que hace por estos lugares…?
-He venido a buscar a alguien pero aún tengo que esperar un poco.
     Le costaba entablar una conversación porque el asombro, le anudaba la lengua.
     Sin darse cuenta el tren había arribado y estaba a punto de emprender la partida, sonriéndose los dos, a las corridas lo abordaron, y el destino quiso que hubiera dos asientos vacíos juntos. Allí continuaron la charla que habían comenzado.
-Así que a buscar a alguien, que interesante… ¿algún familiar…?
-Algo así…es muy importante para mí…., pero no hablemos de mí, cuéntame, aparte de hacer zapatos ¿qué más haces…?
-Nada que merezca contarse…, vivo solo con una mascota, que  seguro me debe estar esperando para que le dé de comer.
-¿Y por qué solo…? ...alguien como tú, con seguridad es merecedor de una buena compañía, pareces un buen hombre, se nota en tu mirada, tus manos también dicen que eres trabajador, ¿por qué has elegido la soledad…?
-Es que yo no la elegí, sin quererlo se enamoró de mí hace diecisiete años y desde entonces es mi compañera.
     Un esbozo de sonrisa surcó sus labios a la vez que una lágrima amagó a salir de sus ojos. Hablando con esa mujer, que tantos recuerdos le traía de su Elisa, era igual, y no podía creer la situación de estar compartiendo con alguien así, sus recuerdos. Siguieron conversando, pero el devenir de la marcha del tren le estaba marcando el final de su recorrido.
-Bueno…, yo bajo aquí, vivo a tres cuadras… ¿Nos volveremos a ver…?
-Sí…con seguridad que nos encontraremos de nuevo…Adiós…
     En esa sonrisa y en esa mirada, sintió una caricia.
-Adiós…
     Se quedó parado a dos pasos de la formación mientras la veía partir y saludaba un poco tímidamente, aquel rostro que detrás del vidrio le sonreía. Taciturno, sin encontrar alguna respuesta de lo ocurrido, caminó esas tres interminables cuadras con la imagen de esa mujer que le daba vueltas en la cabeza. Recordó cada una de sus palabras y en cada una y en cada gesto, estaba la imagen de su amor, su Elisa.
     Le costó embocar la llave en la cerradura,  al abrir la puerta su gata lo estaba esperando, y en el ronroneo parecía decirle que lo extrañó. Calentó la comida que le había sobrado de la noche anterior y se sentó a comer y degustar el vino que todas las noches lo acompañaba antes de irse a descansar. Hoy no encendió el televisor…, prefirió el silencio. La comida se hizo ancha en su boca, no tenía apetito, la convidó a su gata mientras le acariciaba la cabeza.
     Salió al patio a fumarse un cigarrillo y entre la niebla del humo y el maullido de gatos por los techos que le ponían un marco a su soledad, miraba las estrellas, buscando la que más brillara, pues ahí estaba ella, tal vez para entre esas conversaciones nocturnas, preguntarle una vez más por qué no había cumplido esa promesa de amarlo por siempre.
-¿Cuánto más te lloraré Elisa…? ...¿Cuánto más debo esperar para verte…?
Las sombras ganaron su espacio, era hora de dormir, mañana lo esperaba otro día igual a todos los días. Pero muy dentro suyo ansiaba volver a ver esa mujer, y como nunca deseó que las horas corrieran rápido.
     El despertador como siempre sonó temprano y su gata a los pies de su cama le daba la calidez de un saludo. Desayunó de prisa y salió más temprano que tarde rumbo a la estación. Esta vez fueron cinco cigarrillos que lo separaron de la llegada del tren. La rutina del trabajo fue hecha de memoria y al sonar el silbato ya estaba casi a las puertas de la fábrica. Corriendo llegó al andén y se sentó en el mismo banco que fue testigo de su soledad por tanto tiempo, esperando sin reconocerlo, la llegada de esa mujer.
     Sus manos transpiraban nervios y uno a uno los cigarrillos se consumían. Los minutos de espera eran eternos en su ansiedad. Se le nubló la vista y un ardor profundo pareció quebrarle el pecho. Sus manos casi sin fuerza apretaban lo que parecía iba a estallar, faltaba el aire…, faltaba la vida.
     Se vio parado a cinco pasos de su banco, observando como un grupo de personas lo trataban de reanimar. Su desgarrado corazón no quiso seguir latiendo. Atónito, presenciaba su muerte.
     Entre esa incertidumbre, la vio llegar…, hermosa como ayer, a la misma hora, entrando por el mismo portal.
     Cruzaron las miradas y ella caminó hacia él…, eran treinta baldosas que esperó en silencio. Ella le acarició el rostro y él impávido la miraba.
-Moris…, soy yo, Elisa…, tu Elisa…
     Sintió que sus pies pisaban el aire y que el peso del dolor, ya no existía.
-¿Como que eres Elisa…? (y estalló en un llanto).
-Sí amor…, soy yo…, he venido a buscarte…
     No encontraba palabras, no encontraba respuestas, solo balbuceaba entre lágrimas.
-Tanto te he esperado… ¿por qué me dejaste solo…?
-Nunca estuviste solo Moris, yo siempre estuve contigo…, ven…, ven conmigo amor mío. Yo nunca rompí la promesa, eternamente serás mi amor.
     Se fundieron en un abrazo y desaparecieron entre la gente que hablaba y gesticulaba por la muerte de ese hombre en el banco de la estación.
     El silbato del tren retumbaba en el andén, y todos los demás…, siguieron con sus rutinas.



                                                                             OSVALDO


jueves, 23 de agosto de 2012


Los noctívagos callan sus amores clandestinos.....
Esos amores que se ocultan con el manto de la noche. Las estrellas son testigos silenciosas de tanta pasión.
Y se cae el cielo...., se cae...., pero nadie grita el nombre de la sombra que lo acompaña.


Osvaldo

miércoles, 22 de agosto de 2012

Qué hacemos con tanto cielo...., con tanto mundo...., con tanta cosa maravillosa que anda por ahí....
Somos poca cosa para tanto disfrute...., para tanto placer.
Solo hay que saber buscar...., animarse a escarbar entre las sombras y seguramente descubriremos cuánto de mágico hay en algunas cosas....

Apoderarse del sol . . . , es tener la luz en las manos.